martes, 26 de octubre de 2010

Hoy será un gran día

A día de hoy traigo otra de mis historias. Y con todas las letras: pues no es un fanfiction, sino una historia original.

Una historia de capítulo único, escrita para un concurso de San Valentín en una web de fanfics (en 2009). No obtuvo ningún premio, pero igualmente espero que os guste.

Un relato con Irene y su novio, con ella de protagonista.




Hoy será un gran día

Aquel sábado Irene se levantó como si fuera el último. Estaba feliz, muy feliz. Y no era para menos: era catorce de febrero, el día de San Valentín, también conocido como el día de los enamorados.

Pero... ¿realmente estaba feliz por eso? La sonrisa que le bailaba en los labios mientras se aseaba, desayunaba y se vestía estaba acompañada de una mirada de lo más misteriosa.
- Hoy será un gran día -se dijo.
En el salón, que no era muy grande por cierto, había una foto. En ella Irene aparecía con un hombre.
- Un gran día -repitió la rubia. Con el índice siguió el perfil del hombre de la foto.
Y entonces un recuerdo llegó a su mente.
- Estás loca, Irene. Se acabó.
Furiosa, apretó puños y dientes.
Lo siguiente que se escuchó fue el ruido de un cristal al romperse. Irene había tirado la foto al suelo.

Llevaba un par de horas caminando. Allá donde fuera, todo eran parejas felices. Irene les observó con furia contenida.
- Sergio, tú -susurró. Sacudió la cabeza, él no era el culpable.
"Hoy será un gran día", pensó, reconfortándose a sí misma.
Continuando su andar acabó en un parque. Pese a que había muchas personas tuvo la suerte de encontrar un banco vacío.
Una vez se sentó, los recuerdos del mes anterior regresaron con nitidez. 

- ¿¡Cómo que se acabó!? -bramó una furiosa Irene hacia el hombre que aparecía en la foto, Sergio-. ¡Esto no se puede acabar, somos la pareja perfecta!
- ¿Lo ves? -Sergio gritaba-. ¡Ya estás con lo mismo! ¡No somos la pareja perfecta!
- ¡Claro que sí!
Sergio apretó los puños.
- ¡Una pareja perfecta es aquella que se quiere y se respeta! -tomó aire- ¡Y desde luego la chica no es una loca que persigue a su novio vaya a donde vaya!
- ¿Cómo puedes decir eso? -le espetó Irene.
Siguieron discutiendo por largo rato, hasta que Irene lanzó el teléfono móvil a la cabeza de Sergio.
Con una mueca de dolor, llevándose la mano hacia el lugar del golpe, Sergio miró a Irene con desprecio y murmuró.
- Estás loca, Irene. Se acabó.
Y se marchó.

Desde aquel día, justamente el catorce de enero, tan solo un mes antes, Irene se había propuesto no dejar en paz a Sergio. Sólo estaba confundido, sólo eso. Finalmente vería que lo único que pasaba es que ella se preocupaba por él, que quería que fueran felices, nada más.
¿Pero por qué se tomaba Sergio las cosas tan a pecho? ¿Acaso era un pecado preguntarle a dónde iba o con quién se juntaba? ¿No tenía ella derecho a saberlo? Irene no entendía los porqués.
Y un buen día, después de haber enviado un buen número de mensajes con el móvil (el cual de milagro no se había roto cuando Irene lo había estrellado contra la cabeza de Sergio), todos dirigidos por supuesto a su amado, se decidió a ir a buscarle.
Eran las siete de la tarde, debía hacer media hora que Sergio había llegado a casa desde el trabajo. A esa hora, sabía bien Irene, Sergio estaría jugando con alguno de sus videojuegos, o quizá chateando quién sabe con quién.
- ¡Maldita sea! -se lamentó. Deseaba tanto saber con quién chateaba.
El camino se lo sabía de memoria, ¡lo había hecho tantas veces! Pensando por enésima vez en sus fantasías en las que Sergio le pedía perdón y volvían a ser felices, avistó la casa. La ventana de su habitación daba a la fachada e Irene suspiró aliviada al ver luz dentro.
Pero entonces vio algo que la dejó helada.
- Eres un maníaco, Sergio -una chica, también rubia, se asomó entonces por la ventana de la habitación de Sergio. Llevaba un cigarrillo entre sus dedos-. Un poco de humo no te va a hacer daño, hombre.
Irene se escondió. ¿Quién era esa? ¡Pero si Sergio detestaba el humo del tabaco! ¿Qué rayos hacia esa zorra ahí, fumando en su habitación?
Se escucharon las risas de Sergio. Irene se sonrojó, pero también sonrió divertida. "No soporto el tabaco, vete de mi casa", imaginó que le diría.
Pero no.
- Es sólo que no soporto el humo del tabaco, cielo -Sergio hizo su aparición, abrazando por detrás a la chica-. Eres demasiado perfecta, Aurora, no malgastes tu vida con el tabaco.
La tal Aurora rió y se dejó acariciar. Irene apretó los puños. Estaba que trinaba.
"¿Pero quién coño se cree que es esa puta para liarse con MI NOVIO, ahí delante de mis narices?", pensó Irene.
Poco pudo ver entonces. Las luces se apagaron, no era muy difícil averiguar qué ocurría en la habitación.
- Así que por eso me dejaste, ¿eh? -susurró-. No te preocupes, cariño, yo te ayudaré.
Ése era el motivo. Esa tal Aurora no era más que una niñata estúpida celosa de su relación. ¡Quién sabe cómo les había visto juntos! Engatusó a Sergio y lo sedujo y el pobre cayó en sus redes. Encima también era rubia, lo cual la delataba más todavía como una envidiosa. ¡Seguro que era teñida! ¡Si además era muy fea!
Desde luego tenía que hacer algo, ¡y rápido!
Y lo habría hecho mucho antes si no fuera porque quería esperar al día catorce. Porque era San Valentín, porque era el día de los enamorados.
Porque hacía un mes justo que Sergio la había dejado seducido por una zorra teñida

Tan sumida estaba en sus pensamientos que no llegó a percatarse de la hora que era. Miró su muñeca en busca de un reloj.
- "Mierda", pensó. Se lo había olvidado.
Suspirando se levantó lentamente del banco. Se acercó lentamente a una pareja de ancianos ("así estaremos nosotros dos dentro de unos años", pensó mientras llegaba) hasta que les llamó la atención, visiblemente alterada.
- Disculpen, ¿tienen hora?
La pareja se miró y el hombre comprobó en el reloj que llevaba en su muñeca.
- Son las doce menos cuarto -Irene abrió la boca sobremanera, llevándose las manos a la cabeza.
- ¿Ocurre algo, joven? -le preguntó la anciana.
Irene atinó a responder con la cabeza.
- ¡Había quedado con mi novio hace media hora! ¡Oh, dios mío! Dejando a los ancianos con la palabra en la boca, salió corriendo. Cogió su teléfono y rápidamente escribió un mensaje pidiendo perdón y que le esperase, que enseguida llegaba.
Claro está que Sergio no hizo caso del mensaje, pues obviamente no había quedado con Irene hacía media hora, sino con Aurora, su nueva novia. En realidad se había cambiado de número, pero incluso así Irene lo descubría.
Quién sabe cómo se había enterado Irene de la cita con Aurora, pero lo que estaba claro es que no había punto de comparación.
Irene estaba loca.

Jadeando, con la respiración entrecortada, Irene llegó al lugar donde habían quedado.
"Mierda, ya se fueron", pensó. Recuperando un poco el aliento, trató de recordar qué le gustaba a Sergio.
- ¡Ya lo tengo!- gritó. No le importó que la gente se la quedara mirando.
Corrió como una posesa. Sergio era un romántico empedernido, no era difícil saber dónde estaban.
Con ella había hecho lo mismo en alguna ocasión.
Encontró a la feliz pareja dando un paseo en barca.
"Tú y yo tendremos unas palabras luego, Sergio". Aquello ya estaba pasando de castaño oscuro.
Desde ese momento, los estuvo persiguiendo, lo suficientemente lejos como para no ser descubierta, pero también lo suficientemente cerca como para ver qué hacían.
Iba a ser un gran día y esa Aurora no se lo iba a impedir.
Tenía que esperar el momento adecuado.

El tiempo pasó y finalmente llegó la hora de comer. Se acercaba el momento.
Irene lo tenía todo planeado. Conocía de sobras a Sergio como para saber que invitaría a comer a Aurora. Además sabía dónde irían, así que se adelantó.
Y, efectivamente, Sergio y Aurora fueron al lugar que Irene sabía, a un restaurante muy bueno al que Irene había ido veces cuando todavía salía con él.
Aunque Irene no les vio entrar.

- ¿Me esperas unos minutos, cariño? -le preguntó Aurora a Sergio-. Tengo que ir al baño.
- Descuida, cielo.
Y Aurora cometió el error de alejarse de Sergio.

Irene se mordió el labio, impaciente. Esperando y esperando, tras la puerta de uno de los retretes, observaba con cautela a toda mujer que entraba.
No le importaba esperar, tampoco le importaba si Aurora al final no entraba, porque tenía varios planes para el día.
Tenía la sensación, sin embargo, de que la estúpida teñida entraría tarde o temprano. Sólo de pensar en lo fácil que sería, en lo pronto que se acabaría todo, en lo poco que faltaba. Sentía nervios y al mismo tiempo la adrenalina fluir por sus venas.
"Hoy será un gran día", se repitió como tantas otras veces durante aquel día. "¿Pero donde se metió esa puta? No podía esperar más.
Y, finalmente, la puerta se abrió y Aurora apareció. Irene sonrió triunfalmente en cuanto la vio.
Sin saber lo que le esperaba, Aurora abrió la puerta justo al lado de Irene. Irene cerró los ojos sonriendo, era el momento. Abrió su bolso y de dentro extrajo un cuchillo. Salió con cuidado y abrió la puerta contigua.
- ¿Pero qué...? -fue lo único que Aurora fue capaz de pronunciar, antes de que Irene la acuchillara sin piedad.
A cada nueva estocada la sonrisa de Irene se hacía cada vez más amplia. Sentía la ardiente sangre de su víctima sobre sí misma, podía percibir la vida que se agotaba.
No supo por qué, pero empezó a reír. Era tan divertido, resultaba tan estimulante...

Un grito horrorizado la hizo detenerse. Miró hacia el origen de la voz, ¡una chica había salido de otro de los lavabos! Lentamente Irene soltó a su presa, quien sabe si ya muerta.
- ¿Has visto? -le preguntó con una sonrisa radiante-. No era más que un estorbo, ahora Sergio y yo viviremos en paz.
La chica, horrorizada, no supo qué hacer. Estaba asustada.
- ¿Por qué me miras de ese modo? -le preguntó-. ¿¡Por qué!? -lo pensó unos instantes-. Ah, ya veo: tú también piensas que estoy loca, ¿no?
- ¿Qué...? -balbuceó la chica.
- Crees que estoy loca, es eso -afirmó, acercándose lentamente.
La chica temblaba. Justo cuando Irene iba a golpearla se detuvo.
- No. Seguro que tú también tienes un Sergio a tu lado, como yo -la chica la miró asustada-. Tú no eres la molestia. Vete -la chica no se movió, era incapaz-. ¡¡Que te vayas!!
La chica retrocedió. Entre ella y la puerta de salida estaba Irene. No se atrevía a pasar.
Debería haberse atrevido. Pronto su sangre se mezcló con la de Aurora.

- Estúpida -murmuró Irene, viendo el cuerpo muerto de aquella inocente muchacha. Con ella había sido en cierto modo "buena". Una certera puñalada que la mató en el acto-. A ver por dónde íbamos... -susurró viendo a Aurora. Con ella sí que fue más dura.
Aunque ya estaba muerta, Irene seguía ensañándose con ella.
Volvió a reír. Como nunca.
Y no supo cómo ni cuando, pero en algún momento indeterminado alguien había entrado y la había puesto en pie. Se miró en el espejo. Su reflejo bañado en sangre fue la imagen más bonita que vio en su vida. Nunca antes se había visto tan bella al mirarse por el espejo, y eso que se tenía por la más hermosa.
Y volvió a reír.
"No sabía que la muerte... que matar resultase tan placentero", pensó, ignorando los insultos de la gente.
En algún momento Sergio había aparecido, llorando a Aurora. Irene le miró un instante, su mirada era una mezcla de odio y ternura.
- Tú sólo eres mío, Sergio -murmuró. Él la miró con lágrimas en los ojos, pero no dijo nada-. Feliz día de San Valentín.
Definitivamente, había sido un gran día.

Los años pasaron y Sergio se casó y formó una familia. Irene permaneció recluida en una prisión femenina de máxima seguridad.
Pero nada es eterno.
Sergio paseaba tranquilamente con su mujer. Volvía a ser catorce de febrero. Una mujer se les acercó, con una mirada cargada de autosuficiencia.
Sergio abrió la boca horrorizado. Su mujer lo comprendió al ver como se miraban. Era ella. Había vuelto.
- Por muchos años que pasen, siempre estaré contigo -susurró-. Tú sólo eres mío, Sergio.
Miró a la mujer de Sergio, una mirada cargada de odio, capaz de helar la sangre.
- Recuérdalo, estúpida: él es sólo mío.

FIN

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