jueves, 21 de octubre de 2010

Norrsken - Capítulo 1

Aqui pongo el primer capítulo del fic Norrsken.
La sinopsis y el índice se encuentran en este enlace: Índice

Espero que os guste y disfrutad de la lectura. Gracias por leer^^





CAPITULO 1: LA SONRISA DIVINA

 Estaba cayendo la noche cuando un hombre de mediana edad penetró en la modesta vivienda, cargando apenas tres trozos irregulares de mediocre madera. Se sacudió los pies y fue directo hacia la chimenea. Acomodó la leña en la casi extinguida lumbre y luego se giró para mirar a su esposa que, sentada en una butaca vieja y tapada con una manta gruesa, parecía dormir. La mujer respiraba costosamente y de cuando en cuando soltaba un susurro que nadie lograba entender. A su vez, de pie, apoyado en uno de los brazos del asiento, un niño de cinco años, la miraba atentamente. 

 El hombre se acercó a su esposa y le tocó la frente. Parecía tener fiebre y su síntoma más claro era el sudor que desprendía. El niño fijó la mirada en su padre. 
 - ¿Se pondrá bien? – preguntó en voz baja y con algo de temor ante una respuesta negativa. 
 - Claro que sí – respondió sin sonreír. Luego se agachó delante de la dormida mujer – Pon la mesa, que es hora de cenar – indicó al niño sin mirarle, al tiempo que tomaba los fríos pies de ella entre sus manos para calentarlos. El chico le hizo caso y al momento lo dispuso todo, como era costumbre. 

 Aquel otoño el frío crudo se había echado encima demasiado pronto. Los veranos eran cortos, dándoles poco tiempo para afrontar todos los meses duros venideros, sobre todo para la gente de escasos bienes. El hombre suspiró y se puso en pie. Cogió una manta y la puso sobre su esposa, que se había negado a quedarse en la cama a pesar de sus dolencias. Se dirigió hacia la mesa donde su hijo le esperaba en silencio, sin comenzar su comida. 
 - ¿Mamá tomará la sopa? – preguntó. 
 - Aun no. Dejémosla dormir y comamos nosotros – el niño asintió y se sentó a la mesa, frente a su padre. 

 Comían en silencio, pero el niño levantaba la vista de vez en cuando. Parecía que su padre hubiera envejecido diez años en los últimos meses. Siempre le había visto activo y fuerte, pero ahora el brillo de sus ojos había desaparecido y las arrugas se le habían acentuado, acompañando a unas marcadas ojeras. Y él sabía el porqué de aquello. Unos meses antes, su madre había caído enferma. Él no entendía o realmente no le daban explicaciones de por qué era, pero de repente le dijeron que el hermano que vendría pronto, ya no lo iba a hacer. ¿Acaso se había arrepentido al saber con qué familia iba a convivir? Y desde entonces, su mamá parecía estar cada vez peor, siempre sentada en su butaca, con su sonrisa alegre ahora apagada y con un hilo de voz, lo cual se había acrecentado con la llegada del frío. 

 El hombre concluyó la cena y se levantó del sitio retirando su plato. Luego llenó otro con algo de sopa humeante y se dirigió a su esposa. 
 - Cariño... – la zarandeó levemente. 
 - ¿Uh? – estaba adormilada y sudaba aún. 
 - Venga, tómate esto – le aproximó el plato. 
 - No… no... – susurró con los ojos cerrados. 
 - Vamos, haz un esfuerzo – le extendió la cuchara y ella abrió la boca por inercia. Cuando el líquido pasó por su garganta hizo una mueca y acto seguido comenzó a toser con fuerza. El hombre la calmó con un poco de agua y volvió a su tarea de alimentarla, con el semblante triste. 

 El niño miraba la escena desde su sitio. Ya había concluido su cena, pero tenía más hambre. Le dolía el estómago, pero no dijo nada. Bien sabía que de hacía un tiempo no comían en abundancia. Miró la lumbre, que era muy pobre. 
 - Papá, ¿traigo más leña? – se ofreció. 
 - No te molestes, no nos queda – dijo mientras se ponía en pie con el plato de su esposa. Por lo menos había logrado que comiera un poco. 

 El chico no dijo nada y se acercó a su madre, colocándose de pie junto al brazo del sillón, sin dejar de mirarla fijamente. 


 A la mañana siguiente, muy temprano, el hombre se dirigió al pueblo para comprar algunos víveres. El lugar se encontraba a menos de un kilómetro de su vivienda y él siempre hacía el viaje a pie. Entró en un pequeño local de comestibles y compró algunas cosas útiles. Luego salió con aire preocupado, caminando con la cabeza agachada, absorto en sus pensamientos. 
 - Eh, Erik – le llamó un conocido. El hombre se volvió hacia él y se acercó. Era un señor mayor, con el pelo blanco y apoyado en un bastón grueso. Estaba de pie en la puerta de su casa. 
 - Hola, buenos días. 
 - ¿Qué tal está tu esposa? – preguntó con aire cordial. 
 - No muy bien – respondió con cierto pesar – Aunque seguro que se mejorará. 
 - Ese aborto no ha ido muy bien, ¿verdad? – dijo con voz ronca, como si pensara en voz alta. Erik no dijo nada y se mordió el labio inferior. El exceso de trabajo en un embarazo ya avanzado había provocado que perdiera aquel bebé. Pero claro, su esposa era demasiado testaruda y no había hecho caso de los consejos del doctor ni de su marido y había sufrido las consecuencias. 
 El viejo le hizo un gesto para que entrara en su vivienda. Se desprendieron del abrigo y se sentaron en dos sillas, junto a una mesa redonda, cerca de la chimenea. 
 - ¿Quieres tomar algo? ¿Café? 
 - Te lo agradezco – algo caliente no le iría mal después de todo. No había desayunado aun. El mayor se levanto y con paso irregular se perdió por la cocina. Erik se levantó al rato para traer las tazas humeantes. 
 - ¿Sigues con la idea del trabajo por tu cuenta? – le preguntó después de darle un sorbo a su bebida. 
 - Bueno... 
 - En la situación en la que os encontráis ahora es muy arriesgado – dijo con total confianza. 
 - Pero yo he trabajado toda mi vida en la fábrica de papel y es lo único que conozco – dijo con amargura. 
 - Lo sé. Pero de todos modos, tu huerto de avena no dará para cuidar de tu mujer y criar a tu hijo. Ya lo habrás notado con la última cosecha. 
 - Eso lo sé – tenía razón, pero más aun se habían complicado las cosas con la enfermedad de su mujer. Se tocó el pelo con nerviosismo. Se sentía impotente. Desde que la fábrica había hecho reducción de plantilla dejándole en la calle, había pensado en dedicarse al huerto que había pertenecido a su suegro y ahora a su mujer. Pero el terreno era tan pequeño que no prosperaba el negocio. Y justo cuando había planeado aumentar la zona, su esposa había enfermado. Y todo ello en tan poco tiempo que Erik apenas si había tenido tiempo para afrontarlo. 
 - El viejo bebía pacientemente. Sabía que el otro tenía mucho que pensar, mucho que afrontar, y no parecía preparado. El padre de Erik había sido muy amigo suyo y en cierto modo Erik y el viejo estaban unidos. Lástima que no pudiera ayudarle en lo que más le hacía falta, que era una mano en el trabajo, sobre todo. 
 - Tal vez... – dijo como si se le escapara – He considerado la oferta de mi hermano... 
 - ¿Marcharte al extranjero? 
 - No se me ocurre otra opción mejor. 
 - Pero tu esposa está débil... 
 - Quizás allí se recupere – le cortó. Él ya dudaba demasiado para que le hicieran dudar más. – Mi hermano me habla tan bien de su situación en sus cartas, que no hago sino pensar en seguir sus pasos. 
 - Si crees que es lo mejor para tu familia... 
 - Si... pero esperaré a que pase el invierno... No veo conveniente trasladar ahora a mi mujer en su estado... 
 - Si, entiendo. Si necesitas algo... 
 - Lo sé – le cortó Erik poniéndose en pie. – Ahora tengo que marcharme – el viejo asintió y el otro salió de la vivienda. 

 Mientras tanto, un crío de cinco años estaba de rodillas al pie de la cama de su madre. Hoy ella ni se había levantado para sentarse en su butaca y ello le entristecía. Pero no lloraba, nunca lo hacía. Ni aunque supiera que todo iba mal o que sus padres sufrían cada cual por sus motivos. Él sabía cuál era su deber. Le tomó la mano con cuidado y la rozó con su mejilla. Se agachó y dejo la cara apoyada en la mano un rato. 
 - Yo estoy contigo, mamá – susurró. No obtuvo respuesta, pero la sintió gemir y moverse un poco. Al momento oyó el abrir de la puerta y soltó la mano. Miró hacia la entrada del dormitorio esperando ver aparecer a su padre. 
 - ¿Isaac? – preguntó Erik al verle de rodillas. 
 - ¿Si? – el niño se puso en pie. 
 - ¿Ocurre algo? – preguntó preocupado. Isaac se aproximó a su padre y bajó el tono. 
 - Mamá no ha querido levantarse hoy – informó. 
 - ¿Le diste el desayuno? – preguntó mirando a su esposa preocupado. El niño negó con la cabeza, con los ojos tristes. 
 Erik se acercó a su esposa y le tocó la frente. La mujer tenía mucha fiebre y temblaba. 
 - Isaac, trae los paños y el alcohol – ordenó apresurado, mientras quitaba las mantas por arriba. Al momento el niño volvió con lo requerido. Erik empapó los trapos en alcohol y frotó los brazos de su mujer. De seguro así le bajaría la fiebre. Luego volvió a taparla. 
 Padre e hijo fueron hacia el salón. Todo estaba frío debido a la ausencia de una lumbre. Erik guardaba las cosas que había traído. 
 - Isaac, iré al pueblo a por el médico. 
 - Yo lo haré, papá – le cortó. Erik le miró extrañado. 
 - Está bien. No tardes. 

 Isaac asintió y rápidamente se enfundó su abrigo y salió de la vivienda. Erik suspiró y se dirigió de nuevo al dormitorio. Su esposa seguía acostada, pero tenía los ojos entreabiertos. Parecía que la fiebre le hubiera disminuido. 
 - Erik... Isaac... – susurró. El marido se acercó a ella y le tomó la mano que levantaba tímida. 
 - Estoy aquí – le dijo con los ojos vidriosos. Ella sonrió levemente y comenzó a toser con fuerza al instante. 
 - Isaac... – susurró. 
 - Fue al pueblo – indicó el marido con ternura – Volverá pronto. 
 Ella hizo una mueca de dolor y se retorció levemente, cerrando los ojos. Luego los volvió a abrir y miró a su marido. 
 - Os quiero... – le dijo casi en un susurro. 
 - Y nosotros a ti... 
 Su esposa sonrió y cerró los ojos de nuevo, pero ya no los volvió a abrir. La mano que sostenía Erik se quedó rígida y él la zarandeó levemente mientras la llamaba, sin obtener respuesta. 

 Isaac entró en la vivienda e indicó al doctor que pasara al dormitorio. Éste iba delante y el niño le siguió sin quitarse el abrigo. El médico se detuvo ante la escena, casi haciendo que Isaac tropezara con él. Pero éste se asomó tras el doctor para contemplar a su padre arrodillado en el suelo, con las manos acaparando la de su madre dormida y la cabeza hundida entre ellas. 
 - ¿Papá? – preguntó sin atreverse a acercarse. El hombre levantó la vista y fijó sus ojos llorosos en los asombrados de su hijo. - ¿Papá? – volvió a preguntar. Erik se puso en pie y se aproximó hacia su hijo. Se arrodilló frente a él y le abrazó fuerte. Isaac seguía con los ojos muy abiertos, mirando fijamente a su madre que parecía dormir plácidamente. 
 El doctor se acercó a ella y comprobó que había fallecido. Luego se dirigió hacia los presentes. 
 - Erik... – dijo con tiento. El hombre se separó de su hijo y se dirigió al doctor. Ambos salieron de la habitación hacia el salón. 

 Isaac seguía paralizado mirando a su madre a escaso un metro. No se atrevía a acercarse o a tocarla. No podía ser cierto que su madre hubiera muerto, que le hubiera abandonado. No estaba preparado para aquello y quería verla sonreír, que abriera los labios y cantara alguna de las hermosas canciones que solían alegrarle el día. 

 Apretó los dientes para que no salieran lágrimas, y en lugar de ello lo que vinieron a la mente eran imágenes de aquellas veces en que su madre le hablaba de Dios, sentados en la hierba o ante la chimenea. Le vino a la memoria una vez en concreto, una que nunca olvidaría. Su madre la acariciaba el cabello mientras estaban sentados sobre una piedra gigante desde donde se contemplaba todo el huerto. 
 - Mamá, ¿qué significado tiene mi nombre? – preguntó el niño con curiosidad. Ella sonrió, porque las preguntas de su hijo no eran las normales para un chico de su edad. 
 - Bueno, Isaac es “aquel a quien Dios sonríe” 
 - Vaya... – quizás él era demasiado pequeño para sentirse tan importante para Dios. Pero su madre le había hablado mucho de Él y entendía Sus límites y capacidades. 
 - Por eso has de devolverle siempre la sonrisa. 
 - ¿Cómo? – preguntó extrañado. 
 - Dios está en todo... en las plantas, animales, personas... allí donde haya vida. Sonríele siempre, siente Su fuerza. 
 - Si, mamá – dijo alegrándose. Ella volvió a acariciarle el cabello y comenzó a cantar. 


 
Isaac volvió a fijar la mirada en su madre yacente y luego se acercó a ella. Le tomó la mano fría y se la acarició. Sonrió. 
 - Descansa en paz, mamá. 

*    *    *

 Isaac miró a su padre que observaba los billetes de avión que tenía en la mano, y luego volvió a vigilar el equipaje que los rodeaba por si alguien quería robarlos. Hacía varios días que su madre había muerto y habían vendido su terreno a un vecino muy interesado, pero a un precio muy bajo. El dinero les vendría justo para comprar los billetes y para vivir poco tiempo hasta encontrar trabajo. Isaac aun no entendía porque su padre abandonaba el país, rumbo a otro desconocido donde, según él, vivía un pariente al que no conocía, pero que les ayudaría a prosperar. 
 - ¿Papá, donde vamos hablan otro idioma? 
 - Si hijo, sí. 
 Isaac se asustó. Él solo sabía hablar su lengua natal y ni siquiera tenía algún mínimo estudio de otras lenguas, ni de inglés que todos querían aprender. 
 - ¿Y cuál es? 
 - Griego. 
 - ¿Griego? – no le sonaba. ¿Ese que idioma era? Nunca había oído hablar de él y esperaba que no fuera difícil. 
 - No te preocupes, iras a una escuela y aprenderás todo lo necesario. 
 Isaac asintió. Hubiera preferido de buena gana quedarse con el viejo en el pueblo a tener que aprender otro idioma. Y seguro que ese griego era muy complicado y los niños acabarían por no querer juntarse con él por no entenderle. Aunque, de todos modos, él casi siempre estaba con personas mayores. 

 El viaje en avión fue emocionante aunque un poco largo. Durante el recorrido, su padre le había puesto al tanto del nuevo país y sus costumbres. Claro, todo ello al tiempo que lo leía en un grueso libro, lo cual tanto para padre como para hijo era una novedad. La ciudad a la que llegaron se llamaba Atenas y parecía grande. Pudo comprobarlo por el largo trayecto que distaba desde el aeropuerto hasta la casa de su tío. Éste vivía en un apartamento. Subieron las escaleras y una vez ante la puerta llamaron. Paso un rato sin que contestaran, pero al poco se oyó el sonido de una cadena y la puerta se abrió. 
 - ¡Erik! – exclamó un hombre parecido al otro, pero con algunos años más. Ambos se abrazaron emocionados. 
 - Ah, Hank, cuánto tiempo... 
 - ¿Este es tu crío? – preguntó señalando al chico. 
 - Si. Se llama Isaac. – el niño le saludó con la cabeza. 
 - Ah... tu mujer y sus gustos religiosos... – dijo sarcástico. Isaac evitó decirle algo, pero le molestó que su padre no lo hiciera – y, ¿dónde está ella? – A Erik se le entristeció el semblante. 
 - Ha muerto – Hank se quedó paralizado. 
 - Vaya, lo siento... – le echó un brazo por el cuello y lo introdujo en la vivienda. Isaac les siguió con el equipaje. 

 El chico miraba todo con interés, pero aquella vivienda no tenía nada de lujos, sino un extremo desorden. Pero lo que más le desagradaba era el olor. Olía a algo raro... Comprendió que era en el momento en que su tío encendió un cigarrillo. Isaac no soportaba ese humo, tan diferente al de la chimenea. Su padre y Hank se habían sentado a conversar en una salita, en un sofá grande. El niño se sentó en una silla y les observaba detenidamente, sin decir palabra, centrándose sobre todo en su tío. Con solo unas frases ya sabía cómo era. No sabía por qué, pero con todo el mundo le ocurría. Nada mas observarles un poco, ya sabía cómo eran, como si leyera en lo más profundo de su corazón. Lo peor era que aquel tío Hank no le gustaba y que sabía que no les traería nada bueno, sobre todo a su padre. Pero él no podía hacer nada sino mirar y sonreír, con una sonrisa falsa, no como aquellas en las que debía devolvérselas a Dios, según le había dicho su madre. 
 Pasado un buen rato de presentaciones, prepararon el dormitorio de Isaac y le acostaron. El chico no podía conciliar el sueño y estaba boca arriba con los ojos abiertos en la oscuridad. Oía las risas provenientes del salón. Por una parte, se alegraba porque su padre estuviera contento y se hubiera reencontrado con su hermano del que tanto hablaba y presumía; pero por otra, todo aquello le daba mala espina y se sentía fuera de lugar. 

 Recordó a su madre. La echaba de menos, aunque no quería reconocerlo, no delante de los demás. A su mente venían una y otra vez las palabras que le dijera sobre la sonrisa. Pero de repente comprendió a que se refería todo aquello. No a que siempre estuviera sonriente, sino a que fuera positivo y optimista, y a que afrontara todo, lo bueno y lo malo, con alegría. Sonrió, y con ese gesto en los labios se quedó dormido. 

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Notas:

*"Norrsken" significa Aurora Boreal. 
* Isaac significa etimologicamente "risa", pero lo adapté para recalcar el caracter religioso de su madre.

2 comentarios:

  1. Hola, me complace decirles que su blog es tan genial, me encanta!! y por eso lo he elegido para que reciba el premio al blog más majo ^.^ así que si me permiten algún correo les envio el logo ^^, también pueden pasarse por mi blog y leer mi artículo para que sigan los pasos respectivos.
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    un abrazo para ustedes.

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  2. ¡Buenas!

    De verdad que no nos lo esperábamos, muchas gracias Karura!

    Puedes enviar el logo a este correo: fanfictionsanctuary@gmail.com

    Saludos!!

    Pd. y gracias, por si no lo hubiera dicho ya! xD

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