martes, 12 de octubre de 2010

Siglo XXIII - Capítulo 1

Hola,

Sin más preámbulos, he aquí el primer capítulo de la historia.

Tanto el índice de capítulos, como la reseña del fanfiction (así como el disclaimer), los podéis encontrar aquí.

Espero que os guste.



Capítulo 1:


Dicen que cada vez que el mal asola La Tierra, la diosa de la sabiduría Atenea, La de los Ojos Grises, reencarnará y que, junto a sus 88 santos, protegerá nuestro planeta.
A lo largo de los siglos Atenea y sus santos pelearon por mantener la paz, saliendo siempre victoriosos. Menos una vez…
En aquella ocasión los santos pecaron de ingenuos y cuando por primera vez tres dioses murieron(1), se desató la furia en el Olimpo. Hades, que fue uno de los tres dioses muertos, utilizó el cuerpo mortal, que aún vivía, para no desaparecer de La Tierra. Mientras los dioses se vengaron por tal atrevimiento.
Y en aquella ocasión, los dioses vencieron. Y la humanidad fue condenada. Tan solo unos pocos mortales sobrevivieron. Ellos darían pie a la nueva vida, a semejanza a la Era del Mito.
- ¡No pienso perdonar que os atrevierais a permitir algo semejante, Padre! -gritó una encolerizada Atenea al Dios de los Dioses, Zeus, en el Monte Olimpo- ¡No teníais derecho!
Zeus, siempre imponente, miraba a su querida hija con el rostro sereno, pero con la mirada triste. Hera contestó por él.
- ¡Cállate, estúpida! -bramó- ¡Demasiado les permitimos a los humanos como para no hacer algo ya! ¡Ellos se lo merecían!
- ¡No! -gritó Atenea- ¡No es cierto!
- Cálmate, Atenea -pidió aquél que un día luchó por ella, convertido ahora en Hades-. Sabes que al final ocurriría algo así.
- ¡Cállate! -Atenea no podía controlarse, de tan furiosa como estaba- ¡Olvidas que fuíste TÚ quién provocó las continuas batallas hasta llegar a este extremo! -tomó aire- ¡Y no tuviste compasión alguna! ¡Mataste a mis santos! ¡Diablos, Hades! No… ¡Diablos, Shun! ¡Mataste a tus propios compañeros!
Hades estalló.
- ¡¿Quieres cerrar la boca de una maldita vez? ¡Te recuerdo que no todas las Guerras Santas fueron contra mí! ¡Y las que lo fueron tenían por objetivo acabar así! -Atenea iba a replicar, pero Hades no se lo permitió- Te recuerdo, además, que no fui yo quién mató a tus santos supervivientes, yo mientras me ocupé de no morir uniendo mi alma divina… a mi alma mortal.
Los ojos de Atenea se llenaron de lágrimas. ¡Era injusto! Varios dioses, entre los que se encontraban los hermanos Apolo y Artemisa, sonrieron orgullosos. Hades cerró los ojos.
- Pero lo podías haber impedido… -por vez primera, Atenea no gritó- Eran tus amigos…
- Eran mis hermanos -dijo Hades, abriendo los ojos. Observó con detenimiento a Atenea, que lloraba en silencio-. No pude hacer nada. Lo siento, Saori -Atenea le miró dolida-. Créeme, de verdad que lo siento…
- Pero es lo mejor a fin de cuentas -intervino Apolo, caminando hasta Hades, que volvió a cerrar los ojos-. Es lo mejor para todos -concluyó, mirando con autosuficiencia a Atenea. Ésta le respondió con la mirada, una mirada cargada de odio.
- Para mí no -dijo al fin. Apolo hizo una mueca burlona.
- No me gusta este final, Atenea -habló de nuevo Hades-. Pero no me arrepiento.
Apolo sonrió de oreja a oreja. Aquella inepta se lo merecía.
- Sin embargo… -la sonrisa de Apolo se congeló y miró a Hades, que estaba a su derecha aún con los ojos cerrados- No puedo olvidar quién fui como mortal. Y he aprendido mucho como un Dios. Y… -Hades abrió los ojos, miró a Apolo, quién sintió un escalofrío, y después miró a Zeus, que observaba todo en silencio. A su lado, los ojos de Hera relampagueaban. Zeus le dijo que sí con la cabeza. Hades sonrió y volvió a mirar a Atenea- Y creo que ya va siendo hora de firmar un tratado de paz.
Aquella frase cayó como un jarro de agua fría tanto para Apolo como para más de la mitad de los dioses allí reunidos. Hera apretó los puños. Zeus sonrió. Y Atenea no pudo ocultar su sorpresa.
- No veo el porqué de tu sorpresa -comentó el Señor del Inframundo-. A fin de cuentas hubo un tiempo en que fuimos aliados(2).
Las reacciones no se hicieron esperar. El silencio dio paso a un enorme alboroto pues los dioses empezaron a discutir, alzando las voces, todos a la vez. Unos a favor, otros en contra, pero todos a la vez. Zeus cerró los ojos, apretó los puños y volvió a abrirlos. Su potente voz resonó en todo El Olimpo.
- ¡Silencio! -El Olimpo entero enmudeció- Así está mejor- sentenció pasados unos segundos.
- Pero Padre… -intervino Apolo, que estaba ahora junto a su gemela.
- Cállate, Apolo -el Dios de la Luz no se atrevió a contradecir a su padre y se mantuvo en silencio-. Ésa es una de las mejores noticias que podría haber escuchado nunca… ¡Y mira que recibo muchas! -Hermes sonrió burlón. Zeus carraspeó- Ahora en serio… es una gran noticia, podremos vivir en paz.
- Si me lo permitís, Señor -dijo una diosa de aspecto joven y largos cabellos dorados-. No dudo de la palabra de Hades, pero no creo que el resto de los dioses estén a favor.
- Por fin alguien dice algo con sentido -comentó Hera.
- Niké -dijo Zeus sin hacer caso de su esposa.
- ¿Señor? -preguntó la diosa.
- Creo que tienes mucha razón, es por eso que te pido que sigas ayudando a mi hija para con la victoria y que no vuelvas a negársela jamás -Zeus dirigió su mirada ahora hacia Hera, pues sabía que fue ésta quién persuadió a Niké de negarle la victoria a Atenea.
- Sí, Señor -sonrió Niké, complacida. En realidad prefería eso, pero Hera la había amenazado con destruirla sino le apoyaba para derrotar a La de los Ojos Grises.
Hera se mordió el labio inferior. Miró a su esposo y éste le sostuvo fríamente la mirada. "Hablaremos luego", le dijo telepáticamente. Hera dejó de mirarle, de modo que Zeus posó su mirada nuevamente en Hades y Atenea.
- Espero que volváis ambos a reencarnaros, la humanidad os necesitará.
Ambos sonrieron.
- Reconstruiré el Tártaro(3) y procuraré que los futuros nuevos espectros luchen por mí y por estos nuevos ideales.
- Y yo me encargaré de que mi Orden no desaparezca -Atenea pensó en el pequeño Kiki, uno de los pocos humanos a los que se les permitió sobrevivir. Le sería de mucha ayuda.
- Y para terminar lograré que Poseidón, que duerme en la Vasija, nos escuche -añadió Hades.
- Julián Solo sobrevivió -comentó Atenea-. Uno de sus descendientes será el nuevo cuerpo de Poseidón(4).
- Haré que os escuche -dijo la joven nereida Anfitrite, presente pese a no ser realmente una diosa debido a su condición de esposa de Poseidón.
- Y yo os apoyaré -dijo Perséfone, presente también por circunstancias similares a las de su cuñada(5). A su lado, Deméter gruñó.
- Que así sea entonces -dijo Zeus-. Podéis retiraros -dijo a todos los presentes quienes, con una reverencia, obedecieron.
- Como se te ocurra volver aquí estás muerta -le dijo Hera a Atenea, antes de que marchase.
- Y tú morirás conmigo -respondió.

Y así pasaron unos dos cientos ventiséis años, tiempo durante el cual el mundo vive una magnífica época de paz, en la conocida popularmente como la Segunda Era del Mito. Los dioses griegos son de nuevo venerados y Grecia es el país más importante. Su idioma, además, es ahora la lengua universal y más de tres cuartas partes de la repoblada humanidad lo habla.
En el Santuario, concretamente en el Templo del Patriarca, un anciano Kiki observaba con dulzura como una pequeña niña morena de ojos grises, de apenas un año de edad, jugaba en el suelo con una pequeña pelota blanda.
- Es muy guapa -comentó alguien.
- Oh, señora Niké, ¡qué alegría me da veros! Justo en un momento tan bueno como éste.
- Gracias -respondió Niké, quien conservaba su aspecto de siglos atrás, pues no se había reencarnado-. Pareces contento.
- Sí, así es -ciertamente Kiki estaba muy contento. Niké iba a preguntar "¿por qué?", pero como si Kiki pudiera leer su mente agregó-: ¡Por qué las estrellas indican que por fin ha nacido Acuario!- Niké se sorprendió- ¡Por fin, mi Señora! Pronto tendré que ir a buscar al resto de los niños y entrenarlos para que sean los más poderosos de los 88.
- ¿Al resto de los niños? ¿Es que ya hay aquí alguno?
Kiki sonrió. Pero antes de que pudiera responder llegaron unos niños pequeños. Cuatro niños de aproximadamente cuatro años de edad cada uno aparecieron entre risas.
- ¿Es verdad que Atenea es la diosa a salvar?- preguntó inocentemente y sin saludar el más alto, un niño de pelo violeta y vivos ojos azules.
Niké interrogó con la mirada a Kiki. Éste, dándose cuenta, dijo:
- Ellos solo saben que ella -señaló a la niña- se llama Atenea, pero aún no les expliqué nada -después se dirigió a los niños-. Hay mucho que debéis aprender todavía, niños. Todo a su debido tiempo, Andreas.
El niño bufó.
- Creo que más cosas deben saber -dijo Niké observando a una niña entre los cuatro. Una niña con el pelo color calabaza y ojos verdes. Pero sin máscara-. Ella debería saberlo.
- Aún no se entrena -comentó Kiki restándole importancia al asunto-. Tranquila, se la pondrá.
- ¡No me gusta mi nombre! -intervino Andreas. Kiki y Niké rompieron a reír. Andreas les miró mal.
- Bueno, Andreas -comenzó Kiki segundos después-, puedes ponerte el nombre de una estrella de la constelación Tauro -sin poderlo evitar, el anciano se acordó de Aldebarán de Tauro, gran amigo de su maestro.
- No me gusta el nombre de una estrella -Kiki rió-. Son nombres muy feos -sentenció.
- Pero algunas estrellas tienen nombres bonitos -intervino un niño de aspecto retraído, cuyo pelo liso, del color azul del cielo, caía sobre sus hombros. Sus pequeños ojos tenían exactamente la misma tonalidad que su cabello.
- ¿Es verdad que "Hamal" es una estrella, Hamal? -le preguntó entonces la niña con curiosidad.
- La más importante de Aries -respondió Kiki por Hamal.
- Yo quiero un nombre de héroe -intervino Andreas, impaciente.
- Piensa que si te lo cambias nunca más volverás a ser Andreas -trató de convencerle Kiki.
- Pues Hamal se lo cambió -dijo mirando al otro. Kiki sonrió-. Yo quiero otro nombre.
- Yo tengo nombre de héroe -dijo el último niño con voz seria. Éste tenía el pelo y los ojos verdes, de mirada dura, pese a su corta edad-. Mis papás me lo pusieron.
"Tus padres me ahorraron muchos problemas", pensó Kiki. Entonces se dirigió a Niké:
- Discúlpeme, aún no se los he presentado -Niké sonrió, pero no respondió. Kiki procedió a presentárselos-. Ellos dos, como ha podido ver -señaló a los dos niños de ojos azules-, son Andreas y Hamal, futuros santos de Tauro y Aries. Esta pequeña es Doreia, futura santa de Escorpio, espero. Y él -indicó al niño serio, el único que quedaba- es Anteo, futuro santo de Géminis.
- Géminis -repitió Niké y miró a Kiki con preocupación.
- Su hermano -"y efectivamente con gemelo", pensó Niké, sin pararse a confirmar si ese hermano era mayor o menor, o si realmente era gemelo suyo- murió antes de que llegase al Santuario, mi Señora -la tranquilizó el muviano-. No pasará nada esta vez.
- Yo quiero otro nombre -volvió a insistir Andreas. Kiki suspiró.
- ¡Y yo! -intervino Doreia. Niké abrió los ojos sorprendida. Kiki se llevó una mano a la cabeza.
- Está bien, está bien… -murmuró. Andreas y Doreia, amigos desde antes de llegar allí, se miraron y sonrieron-. Veamos… -Kiki empezó a pensar nombres.
 "Perseo… no, ése no…", pensaba. "Eneas… no, ése tampoco…" Kiki trataba de dar con un nombre que fuera con el niño. Finalmente se le ocurrió.
- ¿Qué te parece "Ayax"?
- Ayax era amigo de Anteo -dijo Andreas, mirando al niño que precisamente se llamaba Anteo. Por un instante Kiki, quien había ocultado con gran maestría la sorpresa de que un niño tan pequeño ya supiera mitología, pensó que no le gustaría. Ya pensaba un nuevo nombre cuando Andreas habló de nuevo-. Me gusta -dijo.
Kiki suspiró aliviado. Ahora quedaba Doreia.
- Tú quieres nombre de estrella, ¿no? -supuso, debido a la frase de la niña de que no todas las estrellas tenían nombres feos. Doreia asintió con energía.
"Como si Escorpio no tuviera estrellas…" Por un instante Kiki se acordó de Milo y su Aguijón Escarlata. "Más vale que no le diga Antares que capaz de gustarle". Estuvo un rato recordando los nombres de las estrellas de la constelación del Escorpión hasta que finalmente dio con una que se le antojó ideal
- "Shaula" será entonces tu nombre -por toda respuesta, Doreia sonrió, al parecer complacida.
"Espero que no muchos más me pidan otros nombres que sino…", pensó el anciano.

Y así, pasaron otros veinte años durante los cuales aquellos cuatro niños (así como los que serían sus compañeros en la orden dorada), crecieron. Y un día como otro cualquiera, se escucharon unos gritos:
- ¡Shaula! ¡Shaula! ¡Mírame, idiota! ¡Shaula! -los gritos del santo de Virgo resonaban en el Templo del Escorpión Celeste.
- Deja de gritar, que no estoy sorda -comentó la otra como si tal cosa, dándole la espalda a su compañero de armas, dispuesta a salir rumbo hacia los aposentos de Atenea, donde la diosa les había convocado.
La que una vez fue una niña que deseaba tener un nombre de estrella y ni siquiera usaba máscara, la pequeña Doreia, era hoy día la Santa de Escorpio Shaula, una mujer dura y temida que se había ganado lo imposible: ser Santa de Oro, pese a su condición de mujer. Para ser mujer era un poco alta, aunque quizá no demasiado. Su cabello calabaza, corto, parecía relucir sobre la dorada armadura; su rostro, estaba ahora oculto tras una máscara dorada, que impedía saber en todo momento en qué estaría pensando Shaula.
El hombre que gritaba, el Santo de Oro de Virgo, era casi diez centímetros más bajo que Shaula y, como ella, de constitución pequeña. Sus ojos, que en ese momento echaban chispas, eran de color morado y su cabello, largo y liso a media espalda, era de un tono castaño oscuro.
- ¡No te atrevas a darme la espalda, Shaula! -gritó Gildor, que así era como se llamaba el santo de Virgo. La santa siguió caminando rumbo al Templo del Centauro. Gildor apretó los puños y miró por un instante a los tres santos que allí había, alumnos de Shaula-. No querrás que les mate como tú hiciste con Zaki.
Shaula se detuvo. Zaki, santo de plata del Pavo Real, y uno de los discípulos de Gildor, había sido asesinado recientemente. Y el santo de Virgo sabía perfectamente que fue ella misma quién había acabado con él.
- ¿Y bien? -Gildor pudo imaginarse que, tras su dorada máscara, Shaula hacía una mueca.
- Sin rodeos: ¿por qué mataste a Zaki?
- ¿Tanto escándalo por eso? -preguntó la otra. Gildor gruñó-. Es muy simple: Pavo Real estuvo en el peor lugar y en el peor momento -se dio la vuelta, no sin antes dirigirse a sus alumnos-. ¡A entrenar, vamos! -les gritó. Los tres, dos chicos y una chica, obedecieron sin más.
- ¿Zaki te vio el rostro? -preguntó Gildor con curiosidad, avanzando hacia Shaula, pues no se le ocurría otro motivo por el que aquella altiva mujer hubiera asesinado a un compañero de la Orden. Ella no respondió.
Shaula empezó a caminar en silencio, pero Gildor la siguió a corta distancia. En realidad no necesitaba que Shaula contestase, pues entendió lo que pasaba, ¡pero aún así! De todas formas tenía que seguirla, pues él también estaba obligado a subir las escaleras, como sus otros diez compañeros. Las dos armaduras resonaban, los pasos de ambos santos se oían a larga distancia, las capas se mecían al unísono. Era una imagen imponente.
- Haberte enamorado de él -rompió el silencio Gildor. Shaula le miró (o más bien Gildor creyó que le miraba) furiosa, apretando los puños.
- ¿Cómo te atreves siquiera a sugerir algo así? -bramó.
- No es tan terrible -comentó burlón Gildor-: a fin de cuentas un día amarás, ¿o no?
- A ti seguro que no -respondió tajantemente-. Además, los santos no podemos amar a nadie más que a nuestra gran diosa Atenea.
- Por una vez estoy de acuerdo contigo -dijo Gildor, suspirando resignado, pues no tenía más remedio que hacerse a la idea de que había perdido un discípulo-. Aunque no cumples la imagen de lo que dicen... por ahí.
Shaula se detuvo.
- ¿Qué quieres decir?
Gildor sonrió burlón. Generalmente era un muchacho tranquilo, pero no perdonaba el asesinato, así que encontró una cierta venganza mofándose de su compañera.
- Ya sabes... -murmuró-. Rumores.
Shaula tardó un buen rato en responder. Cuando lo hizo, su voz se mostró fría.
- Verpisst dich(6).
Gildor se mostró sorprendido.
- Eso es alemán, ¿no? -Shaula no respondió-. Impresionante... Ya veo que los rumores eran ciertos. O, al menos, una parte.
- Si fueras más inteligente -le espetó la guerrera sin inmutarse- habrías comprendido que es mejor cerrar tu bocota. Y por si lo habías olvidado, Atenea nos espera -agregó.
Y los dos santos subieron las escaleras sin dirigirse la palabra. Allí les esperaban sus compañeros, además de Atenea y Niké, que cada vez pasaba más tiempo con ellos (hacía casi ocho años que Kiki había muerto de forma natural). A menudo se reunían con ellas, pero en aquella ocasión supusieron que era importante: era la hora de que estallase la guerra entre las guerras.
Tanto Gildor como Shaula esperaban que aquella fuera la última Guerra Santa de la historia.

Continuará...

(1). Hades, Hypnos y Thanatos concretamente.
(2). Según tengo entendido, Atenea luchaba contra otros dioses (¿Poseidón? ¿Ares?), pero en el transcurso de una de las Guerras Santas Hades se enfadó y se enemistaron. Y si no es así, se siente: me sirve para otra historia de la cual sólo tengo el prólogo
(3). El auténtico Inframundo de la mitología griega estaba compuesto de tres zonas: el Averno, lugar donde iban a parar las almas de aquellos que ni habían sido buenos, ni habían sido malos; el Tártaro, a donde iban los pecadores; y los Campos Elíseos.
(4). Según tengo entendido, Poseidón utiliza siempre el cuerpo de un miembro del clan Solo para reencarnarse.
(5). Pocos lo saben, y no sé por qué, pero Core (pues así se llamaba la hija de Deméter y Poseidón), era una ninfa, no una diosa. Adoptó el nombre de Perséfone y el estatus de diosa de la primavera al casarse con su tío Hades, después de haber sido secuestrada por éste.
(6). Verpisst dich significa, en alemán Vete a tomar por culo, suponiendo que lo que haya encontrado por internet (no, no sé alemán) sea correcto.

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