viernes, 5 de noviembre de 2010

Norrsken - Capítulo 2

Aqui os dejo el capítulo 2 de Norrsken.
Espero que os guste y gracias por leer.


 CAPITULO 2: EL DESTINO



Había pasado casi un año desde que se instalaron en la ciudad y ahora los días en que todo aquello parecía nuevo, extraño, ajeno, habían acabado, dando paso a la más terrible monotonía. Isaac iba al colegio con otros niños de su edad y hablaba el griego tan fluido que casi había olvidado su idioma natal. Perfectamente podía hacerse pasar por uno de ellos, omitiendo, claro, ese marcado acento del norte. De vez en cuando pensaba en su corto pasado, en los motivos que lo llevaron a aquel lugar, y todo parecía mucho más lejano de lo que realmente era, aunque aun había cosas que echaba de menos...

- ... el frío – respondió Isaac convencido.

- ¿Echas de menos el frío? – preguntó extrañado un crío de su misma edad. Isaac asintió como respuesta. Claro, aquello era a lo más que iba a responder a aquellos casi extraños – Éste está loco – le dijo a otros dos niños, haciendo un gesto con el dedo índice apuntando a su propia cabeza. Los otros asintieron.

A Isaac le molestaba que no le comprendieran. Él provenía de una tierra fría y aquel clima mediterráneo se le hacía difícil de llevar. Aun estaba acostumbrándose...

- ¿Y que querías que dijera entonces? ¿No puedo echar de menos el frío? – preguntó sin mucho entusiasmo, colocando la cartera tras su espalda de manera ágil. No estaba dispuesto a entrar en discusiones con aquellos ignorantes.

- No sé... tus amigos tal vez.

- Yo no tengo amigos. - respondió sin sentir vergüenza.

- No me extraña – replicó el otro, que parecía ser el cabecilla, de manera sarcástica. Isaac le miró fijamente unos segundos y acto seguido dio media vuelta decidido a volver a lo que llamaba casa.

Los niños se quedaron paralizados viéndolo alejarse. Luego se miraron entre ellos sin comprender.

- La gente del norte es de lo más rara – dijo uno de ellos con un toque de desprecio.

Isaac caminaba despacio. Había preferido que aquellos chicos de su barrio le aceptaran tal y como era, todo por matar el tiempo y no volver al apartamento tan pronto. Pero debía tener en cuenta una doble verdad: a ellos no les gustaba Isaac y a él les aburrían sus juegos y conversaciones. Estaba claro que se sentía fuera de lugar.

Entró con desgana en el apartamento, comprobando que como temía, estaba solo, sucio, desordenado... tan diferente a su hogar natal... Si su madre hubiera estado viva nada de eso estaría pasando... El niño sacudió la cabeza bruscamente. Nada de pensar en esas cosas. Él debía ser fuerte y afrontar todo lo que viniera, tanto si le gustaba como si no. Aquella era la verdad y no iba a cambiar por mucho que la adornara con pensamientos vagos. Y más lo comprobaba ahora que su padre se había sumido en su nuevo trabajo y en sí mismo, anulando aquella bondad paternal que lo caracterizaban. Ahora era cuando estaba comprobando lo que era valerse por sí mismo y no contar con el apoyo de nadie.

Así transcurrían los días, ajeno a todo, al tipo de trabajo que desempeñaban su padre y su tío, a la vida en general de ellos. Como pequeño que era, no podía sino acatar todas las órdenes y normas sin rechistar. Sólo debía agradecer tener un techo para dormir y algo que comer. Eso hasta que una noche unos golpes muy fuertes en la puerta le despertaron. Se incorporó sobresaltado cuando escuchó como la puerta caía sobre el suelo. Sentado sobre la cama intentaba percibir algún sonido y al momento se levantó, cuando escuchó a su padre y a su tío discutir acaloradamente con varios hombres corpulentos, trajeados y que hablaban en un idioma desconocido para el niño. Uno de ellos cubría la entrada y otros dos estaban frente a los dos hombres recién levantados. Isaac no se atrevió a moverse, intentado pasar desapercibido tras la puerta del dormitorio, casi sin respirar. De repente oyó a su padre hablar en ese idioma extraño. ¿Cuándo lo había aprendido? La confusión se hizo presa de él y le entraron ganas de salir y pedir una explicación. Pero algo lo detenía, una fuerza invisible.

Los hombres trajeados parecían de muy mal humor y no hacían sino gritar, mientras los otros dos pedían disculpas o algo parecido. En un instante uno de ellos sacó una pistola y la apuntó directamente hacia los hermanos. A Isaac se le abrieron los ojos de par en par y deseó por un momento que todo aquello terminara. Pero su tío siguió hablando con tono dócil y el hombre armado guardó la pistola y se marcharon por donde habían venido. Erik y Hank estaban pálidos y se miraban sin saber qué hacer. Se sobresaltaron al ver a Isaac abalanzarse sobre ellos.

- Papá, ¿quiénes eran esos hombres y que querían?

- Nada, hijo. Vuelve a la cama.

- Pero... tenían una pistola... – Isaac no tenía miedo. Todo aquello le parecía muy chocante y no comprendía porque habían recibido aquella visita.

- ¡Isaac! – le gritó Erik de mal humor. Le temblaba todo el cuerpo - ¡Calla de una vez! – el niño se sorprendió y dio un leve paso hacia atrás. Se mordió el labio inferior y esperó. Hank ni les miraba.

- Erik, tenemos que huir.

- ¿Huir?

- ¿Acaso tenemos ese dinero?

- No

- Entonces no viviremos para contarlo – Isaac les miraba simultáneamente. En los ojos de los dos hermanos había confusión y miedo.

- Ya te dije que...

- A lo hecho, pecho – le cortó Hank con voz grave. Erik asintió. Ya no había marcha atrás, ellos se lo habían buscado. Por primera vez fue realmente consciente de que su hijo seguía allí.

- Isaac, recoge algunas de tus cosas, nos vamos. – el crío asintió sumiso sin comprender nada, sobre todo porque su padre había evitado mirarlo a los ojos.

Varias horas después, dos hombres y un niño caminaban todo lo rápido que le permitían sus piernas por las afueras de la ciudad. Corrieron más lejos aun, adentrándose hacia las montañas. Con el cobijo de la oscuridad habían logrado llegar hasta allí, pero no sabían cuanto tiempo estarían a salvo y un sudor frío recorría el cuerpo de los hermanos. Isaac les seguía sin saber a dónde conducía todo aquello, aunque tenía el presentimiento de que a nada bueno. Se detuvieron en unas ruinas que parecían haber sido una especie de templo, pero la oscuridad de la noche hacía débiles las suposiciones. Erik se desprendió de la mochila y arqueó su cuerpo hacia delante para respirar mejor y Hank se sentó sobre una roca, jadeando de cansancio. Isaac les miraba impasible, sin sentir agotamiento, solo incertidumbre y quizás algo de sueño. Y de repente sintió una especie de punzada en el cerebro, algo que le indicaba que la cosa no iba bien, haciéndole mirar hacia una loma cercana. Instintivamente se escondió tras una roca grande y llamó a sus familiares. Pero no tuvieron tiempo de escucharle, porque en ese momento sonó el silbido de una bala que se acercaba y chocaba contra una piedra. Hank y Erik se apresuraron a esconderse, mientras oían el cruzar de más balas.

Gruñían con la cabeza bien agachada, intentando resguardarse. Pero para su asombro, se toparon con lo inevitable. A sus espaldas sólo se levantaba una pared vertical difícil de escalar y al frente la muerte segura. Isaac llegó junto a ellos pasando entre las rocas.

- No hay salida – dijo Hank malhumorado.

- Me temo que no – Erik tenía mucho miedo con aquella situación. Isaac le tomó de la mano para reconfortarle, pero él se soltó bruscamente. El niño se sorprendió y fue entonces cuando confirmó que solo podía contar consigo mismo.

Los hombres armados, que habían aumentado en número, se acercaban a su escondite y les gritaban que salieran. Los hermanos se miraron y asintieron. Lentamente fueron poniéndose en pie con los brazos levantados y la mejor mirada de corderos que pudieran poner. Isaac seguía cubierto tras las rocas, junto a la mochila de su tío.

- ¿A dónde vais? – preguntó con una risita burlona uno de ellos. Los otros no contestaron – Seguro que no ibais a buscar nuestro dinero... ¿Pensabais huir? – el hombre hizo un gesto negativo con el dedo índice – Eso está muy pero que muy mal...

- Íbamos a darle su dinero... – dijo Hank de repente – Solo que... lo tiene un amigo nuestro.

- ¿Qué vive por aquí?

- Cerca... – dijo Hank con algo de temor.

- Bien – el hombre sonrió – Espero tener pronto lo que me pertenece.

- Así será, tenga paciencia – dijo Hank con algo de alivio y su mejor sonrisa. Erik también sonrió. El hombre se dio media vuelta y les despidió con la mano. Luego se dirigió a los suyos.

- Matadles – ordenó en voz algo más baja. Acto seguido se oyeron varios disparos que se clavaron directamente en los cuerpos de Hank y Erik. Isaac se agazapó más en su escondite, tapándose los oídos y evitando salir. Sabía lo que le esperaba si lo hacía y él no era quien tenía que recibir dicho castigo.

De repente reinó la calma. Isaac se asomó lentamente y vio dos siluetas tumbadas frente a donde él estaba. La luz de la luna le ayudó a comprobar quienes eran. Se acercó a ellos y les zarandeó sin obtener respuesta alguna... Había perdido a lo que le quedaba de familia. Una lágrima furtiva salió de sus ojos, pero no porque su padre había muerto, sino porque todo habría sido diferente si su padre nunca hubiera cambiado. Sabía que todo aquello había sido causa de unos hechos desconocidos para él, unos oscuros que habían llevado a cabo su padre y su tío. Y ahora se había quedado solo, tanto como lo estaba cada día en el pequeño apartamento, entre los niños del colegio...

Caminó sin rumbo, alejándose de los cuerpos inertes. Estaba seguro de que a la policía le gustaría saber de todo aquello. Dejó todo tal cual estaba pero, cayendo en la obviedad de la situación, tomó dinero de la mochila de su tío. Había pasado un largo rato, cuando se sintió cansado y se sentó en el suelo, apoyándose contra una roca. Así se quedó dormido, casi sin darse cuenta.

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- ¿Crees que está muerto? – preguntó un niño de unos siete años a su compañero, que no parecía mucho mayor, el cual pinchaba el cuerpo de Isaac con una vara.

- No parece...

Al sentirse tocado, Isaac despertó de repente y agarró su mochila con fuerza en un gesto protector.

- Si que estaba vivo – dijo el mayor.

- ¿Quiénes sois y que queréis? – preguntó Isaac frunciendo el ceño al notar como lo escudriñaban los otros dos.

- Yo soy Kai – dijo el mayor, un chico alto para su edad, con el cabello rubio oscuro y demasiado largo para el gusto de Isaac y con ojos pequeños marrones.

- Y yo Reth – dijo el otro, un niño más bajo, de pelo negro, corto, y ojos expresivos también negros.

- ¿Y tú? – preguntó Kai.

- Yo... – Isaac estaba confundido. Miró a los chicos detenidamente. Tanto sus ropas como sus acentos eran extraños. Llevaban unos pantalones cómodos y botas anudadas alrededor de la parte baja de la pierna. Una especie de camiseta de manga corta y en los brazos varias vendas, pero no parecían heridos. Las botas le recordaron vagamente a los romanos que había visto en los libros de historia...

- ¿Si? – preguntó Kai.

- ¿Nos dirás tu nombre hoy? – preguntó con sarcasmo e impaciencia Reth.

- ¿Y por qué habría de deciros mi nombre? – preguntó Isaac desconfiado, agarrando mas su mochila. Los otros dos se miraron.

- Eres un mal educado – dijo Reth cruzando los brazos.

- Vámonos, no podemos perder el tiempo con este iluso. Aun tenemos que realizar el encargo del maestro – dijo Kai a su compañero, dando media vuelta y mirando de reojo a Isaac. Se alejó de él corriendo y el otro le siguió después de mirar a Isaac y sacarle la lengua.

Isaac estaba molesto. Aquellos niños raros le habían llamado iluso en sus narices y se habían reído de él, aunque eran muy distintos a sus compañeros del colegio. Decidiendo ignorar el asunto, se puso en pie y se sacudió la ropa. Con la luz del sol, aquel sitio parecía mucho más grande que en la noche. Caminó lentamente, aunque tenía mucha hambre, hacia un pequeño pueblo que se divisaba no muy lejos de allí.

Anduvo un rato bajo el sol matinal griego. Aun no estaba acostumbrado a aquel horrible clima, pero no se quejó y se decidió por observar con curiosidad a ambos lados de una pedregosa calle. Tanto las casas como las tiendas eran modestas y no llamaban la atención de Atenas. Para estar tan próximos eran tan diferentes... Se dispuso a entrar en lo que parecía un restaurante cuando su vista se clavó en un niño de más o menos su edad, que caminaba sonriente, sosteniendo de una mano a su madre y de otra a su padre, mientras les miraba simultáneamente. Parecía muy feliz. Isaac bajó la mirada para fijarla en el suelo, luego volvió a levantarla con un gesto decidido y entró en el establecimiento

Comió hasta hartarse, sin siquiera pensar en lo que le depararía el destino, en qué sería de su vida a partir de ahora. Era demasiado pequeño para pensar en ello. Sin embargo, ahí estaba la cruda realidad: estaba solo en el mundo y no sabía a dónde ir. Cuando hubo terminado, salió del lugar. Caminó por inercia fijándose en las cosas que hacían los lugareños. De repente vio a un grupo de chicos, quizás algo más grandes que él que, en una explanada poco concurrida, que rodeaban a otro. No dejaban de dar vueltas en círculo y de tronarse los nudillos o decir palabras mal sonantes, adoptando poses de pelea. El del centro llevaba las de perder, de seguro. Isaac se fijó bien. Aquel chico le sonaba... era Kai, el rubio que había visto en la mañana. En un segundo todos se abalanzaron sobre el niño, pero éste, casi sin moverse, logró evitarlos, para al fin patearles sin mucho esfuerzo y dejarles tendidos en el suelo. Isaac no salía de su asombro. Kai estaba serio y se giró para marcharse, cuando se percató de la presencia del desconocido.

- Vaya, si es el mal educado – dijo con algo de sorna. Su rostro parecía indicar que no se alegraba de la pelea. Isaac fue a decirle algo, pero fue interrumpido por un grito infantil.

- ¡Kai, Kai! – el apelado se volvió. Vio aproximarse a él a Reth a toda prisa. Éste miró de reojo a Isaac, pero no le dijo nada.

- ¿Dónde te habías metido? – preguntó enfadado.

- Pues... – Reth se volvió para mirar a un hombre que se dirigía hacia ellos con paso firme. Isaac le observó. Iba vestido como los niños y llevaba el pelo bastante largo. Kai bajó la vista cuando le tuvo en frente. El hombre se cruzó de brazos.

- ¿Y bien?

- Maestro... ellos querían atacarme – se excusó.

- Sabes bien que no debes acceder a sus provocaciones. Podrías perder el control de tu fuerza. – dijo con tono severo.

- Si maestro – respondió Kai sumiso.

- Lo que para ellos es un juego no lo es para vosotros – dijo mirando a los dos niños. Ambos asintieron. El hombre miró luego a Isaac - ¿Y él? ¿Es el cabecilla?

- No. Él es... – Reth pensó bien que decir.

- En realidad no sabemos quién es – le cortó Kai.

- Me llamo Isaac – dijo el niño con educación.

- Tú no eres de Rodorio – sentenció Kai – Tu acento te delata.

- Soy de Finlandia, aunque estaba viviendo en Atenas – explicó sin mucho interés.

- Bien, discúlpanos Isaac, pero tenemos que marcharnos – dijo aquel al que los niños llamaban maestro.

- De acuerdo.

Se alejaron con soltura mientras Isaac les miraba. De repente se sintió muy solo y como impulsado por una fuerza invisible, les siguió. Si aquel maestro daba clase en alguna escuela quizás pudiera enseñarle a él también como a los otros niños y acogerle... No podía volver al apartamento de Atenas, ya que sería peligroso, y él no tenía dinero ni trabajo… Así que esa era una buena opción o tal vez la única que tenía ahora mismo. Demasiadas suposiciones se hacía para su situación, pero caminaba deprisa, a cierta distancia de ellos. Salieron de Rodorio y pasaron algunas casas alejadas, adentrándose en las montañas. De repente les perdió de vista y alcanzó a divisar tres siluetas que se movían rápido. Intentó seguirlas, pero ya no pudo y las perdió totalmente de vista. Miró a su alrededor. Allí sólo había piedras y montes y ni una sola persona. Avanzó esperando encontrar alguna vivienda donde estuvieran aquellos chicos, pero se topó con piedras y mas piedras, algunas bastante altas. Estaba claro que se había perdido. Resignado, dio media vuelta y volvió tras sus pasos, en dirección al pueblo, pero al instante oyó que conversaban tras de él. Se giró y vio a dos personas vestidas igual que los niños aquellos. ¿Cómo habrían logrado pasar por allí? Quizás hubiera alguna puerta secreta... Isaac les miraba boquiabierto y los otros algo extrañados a él.

- ¿Y este…? Debe ser un nuevo aspirante que se ha perdido – dijo un adolescente observándole. Isaac tenía pinta de venir de viaje. Y aquello era bastante usual.

- Sí, eso parece – dijo otro adolescente sin mucho interés.

- ¿De dónde vienes? – preguntó el mas corpulento.

- De Finlandia – alcanzó a decir algo confuso.

- Lo ves, Dante, es un nuevo aspirante – dijo el otro como si la respuesta de Isaac fuera suficiente para aclarar las dudas – Te llevaremos ante el Patriarca.

Isaac no sabía por qué pero no había dicho que no era un aspirante, ni tampoco que se había perdido persiguiendo a unos niños que vestían como ellos, simplemente se calló, y aquello daba por hecho demasiadas cosas. Los dos jóvenes se dirigieron hacia las rocas. El más corpulento se volvió para mirarle.

- ¿Vienes o no?

El niño asintió y les siguió, pero se detuvo por completo cuando vio que aquellos chicos iban a estrellarse contra ellas. El de la larga melena pasó a través de la roca, como si fuera un fantasma, lo que provocó que Isaac se quedara como una estatua. El llamado Dante le miró apresurándolo y el niño le siguió como resignado. Cerró los ojos esperando darse un fuerte golpe contra la piedra, pero lo único que sintió era como le llamaban.

- Chico, te llevaremos ante el Patriarca – Isaac abrió los ojos y miró fijamente a los dos jóvenes que lo observaban con desinterés. Caminaron y él les siguió, maravillado al contemplar el extenso panorama que se le presentaba. Un sitio que parecía muy antiguo, con muchos lugares y al fondo desde el pie de la montaña una larga hilera de escaleras con templos en el recorrido, para acabar en uno grande, tras el cual se observaba una estatua gigante. Deseó preguntar quién era, pero optó por pensar que aquello no le traería nada bueno, si él iba a ser aspirante a lo que sea, tendría que saber a qué o sino la ignorancia lo delataría.

Caminaron hasta hallarse a los pies de una escalinata, donde un poco más arriba se alzaba un templo griego con un símbolo extraño en el frontal. Allí había varios hombres que parecían guardias.

- ¿Qué quieren, caballeros? – preguntó uno de ellos con respeto.

- Queremos llevarle al Patriarca un nuevo aspirante – dijo Dante.

- Lo siento, pero hay órdenes de que nadie camine por las doce casas.

- ¿Cómo, eso es una orden nueva? – preguntó extrañado Capella.

- Eso es. Sólo los caballeros de oro y sus discípulos pueden atravesarlas.

- ¿Y qué hay del chico entonces? – preguntó Dante – El Patriarca ordenó que él daría el visto bueno a los posibles aspirantes, a todos los nuevos que llegaran.

- Eso no ha cambiado. Pero yo llevaré al crío.

- Bueno, ahí lo tienes – dijo el corpulento con desgana, empujando levemente a Isaac. Y ambos se marcharon sin despedirse, dejando al niño confundido.

- Ven conmigo – el guardia comenzó a subir las escaleras e Isaac le siguió lleno de curiosidad.

Después de mucho caminar y pasar por inmensos templos que parecían estar desiertos, se detuvieron frente a una gran puerta, ante la cual había dos guardias. Se retiraron y les dejaron pasar. Isaac se maravilló al contemplar aquel inmenso salón lleno de columnas, con un largo corredor y una alfombra roja en el centro que lo recorría. Al fondo había un trono y tras él una enorme cortina. Conforme se aproximaban le latía con más fuerza el corazón. ¿Y si aquel que llamaban Patriarca descubría que era un farsante? ¿Qué haría con él, le dejaría marchar? El guardia colocó una rodilla en el suelo y bajó la vista e, instintivamente, Isaac le imitó.

- Gran Patriarca, le traigo un nuevo aspirante – anunció.

- Bien, puedes retirarte – dijo con voz grave. Isaac levantó la vista. Lo que vio le asombró sobremanera. Ante él había un hombre con una especie de máscara oscura cubriéndole el rostro y llevaba una larga túnica oscura también. Su presencia imponía bastante y transmitía algo que el chico no sabía catalogar - ¿Cuál es tu nombre?

- Isaac, señor – respondió con educación.

- ¿Quién te indicó que vinieras? – prosiguió. Isaac se estremeció. Nadie le había dicho que fuera. No tenía escapatoria y se delataría sin quererlo.

- Pues... – no sabía que responder y tampoco podía inventar. Optó por decir la verdad – Nadie, señor.

- Has venido por voluntad propia, entonces. ¿Deseas ser un caballero de Atenea? – Isaac estaba más sorprendido a cada frase, pero su rostro no lo demostraba. Estaba impasible porque sabía que debía hacerlo o sino quien sabe lo que le ocurriría. Sin quererlo se había metido en la boca del lobo.

- Sí, señor – respondió firmemente, sin detenerse a pensar que era aquello de "caballero de Atenea".

- Espero que tengas claro dónde estás y lo que has decidido hacer. Muchos hablan de las virtudes de los caballeros de Atenea y muchos quieren ser uno de ellos. – el Patriarca se detuvo - Muchos también perecen y pocos consiguen seguir adelante. Una vez aquí, ya no hay marcha atrás. – Isaac tragó saliva. Había caído de lleno en aquel lugar, no sabía si por el destino o porque, pero ya no podría volver a su casa, ni tomar ninguna otra decisión. Ni siquiera ir a Finlandia… - ¿Tienes experiencia en la lucha?

- No, señor

- Bien, empezarás a entrenar desde cero. Si continúas con vida, te asignaremos un maestro.

- Sí, señor – alcanzó a decir sin comprender del todo, pero aquello de "continuar con vida" parecía escabroso.

- Que Atenea te guíe – dijo el Patriarca con tono más agradable.

Isaac hizo una especie de reverencia y siguió al guardia que de nuevo había entrado a por él. Por el camino iba pensando en su nueva situación. Su objetivo principal era informarse de todo lo referente al lugar donde estaba, al menos en lo primordial. Por suerte, ya sabía a quién pertenecía la imponente estatua que parecía vigilar todo el lugar. Y, sobre todo, esperaba permanecer con vida el mayor tiempo posible y lograr adaptarse a su nueva situación, pero, ¿qué le depararía realmente el destino a partir de ahora?

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